EN HOMENAJE A FRANK LLOYD WRIGHT

lunes, 15 de marzo de 2010
A principios de nuestro siglo empezó gradualmente a perder fuerza el gran movimiento europeo de renovación artística impulsado por William Morris. El exagerado refinamiento era un signo inequívoco de su cansancio. El intento de renovar la arquitectura desde una base formal estaba condenado al fracaso. Se hizo patente la falta de una convención válida y ni siquiera los mayores esfuerzos de los artistas del momento sirvieron para superar esa deficiencia. Sin embargo, sus esfuerzos se restringían a los subjetivo.
[...]
En ese momento tan crítico para nosotros, llegó a Berlín la exposición de la obra de Frank Lloyd Wrigh. La extensión de la exposición y la exhaustiva publicación de sus obras nos permitió familiarizarnos realmente con los logros de este arquitecto. El encuentro estaba destinado a tener un gran significado en la evolución europea.
La obra de este gran arquitecto nos conducía a un mundo arquitectónico de inesperada fuerza y claridad lingüistica y de una desconcertante riqueza formal. Así, finalmente conocimos un maestro constructor que se encontraba en la auténtica fuente de la arquitectura y que daba luz a sus creaciones con verdadera originalidad. Aquí, por fin, volvía a florecer, tras mucho tiempo, una arquitectura genuinamente orgánica. Cuánto más nos concentrábamos en el estudio de sus creaciones, más crecía nuestra admiración por su talento incomparable, por el valor de sus ideas y por la independencia de su pensamiento y de sus obras. El impulso dinámico que irradiaba su obra alentó a toda una generación. Su influencia fue enorme, a pesar que en la actualidad no sea directamente visible.
Lógicamente, después de ese primer encuentro seguimos el desarrollo de este hombre extraordinario con un corazón despierto. Contemplábamos con asombro el despliegue exuberante de los dones de alguien, a quién la naturaleza había dotado con los talentos más espléndidos. Por su inagotable poder puede compararse a un árbol gigantesco, que se eleva en la inmensa amplitud de un paisaje despejado y cuya copa adquiere, año tras año, mayor nobleza.
Mies van der Rohe. 1940

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